Ruddy Rosario Rodríguez de Lucía es su nombre de pila: sus padres la bautizaron así para ahorrarle la búsqueda de un nombre artístico. Rastros y rostros de una mujer polifacética que se quedó a vivir en el país.
Cuando Pedro José Rodríguez y Rita de Lucía iban a matricular a sus dos hijas, decidieron que la primera estudiara por la mañana y la segunda por la tarde. Así, cuando Rina llegaba del colegio, se quitaba sus zapatos y se los daba a Ruddy para que pudiera irse a clase. El dinero escaseó en la infancia de la actriz venezolana; por eso es que a ella los regalos siempre le llegaron más tarde de lo normal.
Su primera bicicleta, por ejemplo, la tuvo después cumplir 21 años, cuando estudiaba actuación en el Taller Nacional de Teatro de Caracas. Lo mismo pasó con los patines. Y claro, con los zapatos: sólo se podía dar el lujo de estrenar un par cada 24 de diciembre. El resto del año los tenía que compartir con su hermana mayor. Tal vez por eso fue que ella, con su primer sueldo, se compró unas hermosas zapatillas de tacón alto.
Esas mismas zapatillas sirvieron para augurar lo que se venía. Los organizadores de Miss Mundo Venezuela fueron a buscarla para que participara en su concurso: “Mi reinado fue como Sandra Bullock en Miss Simpatía; soy la única ‘Miss’ que primero fue actriz y luego fue ‘Miss’. Yo estaba prestada porque ese mundo de glamur, de lo chic, de la estética y los tacones no era lo mío, así que me puse a actuar un personaje durante un mes y medio y me lo creí”. Así explica que a pesar de tener claro que quería pertenecer al mundo del espectáculo, nunca se aprovechó de su fama como reina de belleza para lograrlo.
De lo que sí se aprovechó cuando ganó el concurso fue de los viajes. La primera vez que se subió a un avión fue para ir a Londres a lo de Miss Mundo. Tenía 18 años, una carrera por delante y todo un planeta por conocer. “El dinero mejor invertido es en viajes. Los que me conocen saben que no soy de lujos. Yo me quiero ir de este mundo habiendo conocido todos los espacios que pude conquistar”.
Según sus cálculos, el 95% de los países que conoce ha sido por trabajo. Gracias a sus famosos calendarios estuvo en Moscú, El Cairo, Taipéi, Singapur, Hong Kong y Míkonos, y por su fugaz aparición en The living daylights como la primera chica Bond latina, estuvo 18 días en Marrakech.
En una de sus travesías Ruddy probó los exóticos sesos fileteados en mantequilla. Ella no sólo come de todo sino que también le gusta que la vean cocinar: “De mi mamá aprendí a expresar mis sentimientos a través de los platos, por eso cuando estoy en mi hogar me ilusiono jugando a ser chef”. A pesar de que su cordero al horno es famoso, son sus huevos pericos al estilo margariteño los que se llevan las palmas. Se define como una “chef a la ‘gavette’: lo que haya en la gaveta de mi cocina lo agarro y lo uso para cocinar”.
Sus ingredientes favoritos son el ají dulce venezolano y el ajo, el sabor que más extraña es el del queso de mano y su postre favorito es la torta Napoleón.
Pero todo esto no la colmaría si no tuviera con quien compartirlo: “Me encanta comer bien, me encanta que la gente coma bien y me encanta atender a la gente”. Ruddy sabe, íntimamente, que la carrera de un artista se debe a ese imaginario colectivo llamado público.
Tal vez por eso es que le gusta estar cerca para conocerlo mejor: “En la medida en que uno se empiece a creer una estrella, empieza la decadencia de la persona”, sentencia. Por eso disfruta cambiándoles el semblante a los desprevenidos: “La fama me ha permitido que alguien que esté de mal humor se ponga contento con solo hablarle”. Igual, Ruddy tampoco soporta ciertas cosas: odia, por ejemplo, las filas, al punto de tener una asistente que le hace sus vueltas bancarias: “Yo no hago colas sino en Disney, compadre; ni en un restaurante las hago, estás loco. ¿Qué es eso de que alguien tenga que hacer fila para comer? ¡Ni que estuviéramos en Cuba!”.
La palabra Disney siempre la devuelve a su infancia, a pesar de que las primeras animaciones que vio de la compañía se las regaló su papá después de que cumpliera 21 años. En muchos sentidos Ruddy conserva intacta su niñez: su color favorito es el rosado y lo utiliza en cada accesorio, como en los forros plásticos que protegen su Blackberry –donde solamente guarda siete contactos– y en el teclado de su portátil.
Su otro gadget favorito es el iPod Touch, que lo utiliza para ver películas durante los vuelos: “Es la única manera que me pongo al día con el cine”. Otra tecnología que está presente en su vida desde hace 14 años es la cienciología: “Mi base es católica, creo en Dios por sobre todas las cosas y como la cienciología no se mete con ninguna religión, la estudio para elevar mi espíritu. Me ha servido para mi carrera enseñándome, por medio de la determinación y la perseverancia, a enfrentar cualquier rol y sentirme bien con lo que hago”.
Pero hay otras cosas que a Ruddy la ponen bien. Como no tiene un pasatiempo definido, se entretiene montando a caballo, caminando o haciendo arreglos florales para adornar su nuevo apartamento en Bogotá, que compró recientemente para radicarse en el país.
Se trata del mismo apartamento donde se acuesta todas las noches a las 11:00 p.m. y se despierta todos los días a las 6:00 a.m. para ver CSI Miami, su serie favorita, el mismo donde tiene un cuarto para hacer ejercicio en su Orbitrek, y el mismo con un enorme clóset donde alguna vez reposó una grandísima colección de zapatos que acumuló durante años para llenar cierto vacío de su niñez, y de la cual ya se despojó. “Las cosas de la vida, muchos de esos zapatos los usa ahora mi hermana”./Cromos.com
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